LA GRAN ESTAFA DE LA DUREZA: CUANDO SER UNA PARED TE CONVIERTE EN ESCOMBROS

Hay un hombre en el gimnasio que gruñe cada vez que levanta una pesa. No un sonido discreto, no una exhalación medida, sino un rugido gutural que parece sacado de una batalla épica. En su mente, seguro que está conquistando el Olimpo, convirtiéndose en una estatua de mármol viviente. Me lo imagino en su casa, abriendo la nevera con un manotazo feroz, rompiendo la cáscara de los huevos con un puño de acero, sacudiéndose el agua de la ducha con un temblor de trapecios.

La dureza es su carta de presentación. Como la de tantos otros. Hay que ser fuerte, hay que ser firme, hay que ser implacable. Nos lo repiten en los gimnasios, en las oficinas, en las relaciones, en la vida misma. La sociedad nos ha convencido de que la rigidez es poder. Que una espalda erguida y un ceño fruncido garantizan autoridad. Que ceder es perder, que la suavidad es debilidad. Que quien no endurece su piel terminará devorado.

Pero la verdad es otra. Lo que no se dobla, se rompe. La piedra más dura es la que más fácilmente se parte. El que se niega a fluir con los cambios termina convertido en estatua. Y no sé tú, pero yo prefiero no ser una estatua. Prefiero no quedar atrapado en una pose de fuerza que no permite moverse ni crecer. Hay una confusión generalizada entre ser fuerte y ser tenso. Entre ser resistente y ser inflexible. Entre ser poderoso y ser inquebrantable. Pero la resistencia real no tiene nada que ver con la rigidez.

No es casualidad que los líderes más temidos sean los que más gritan. Que los jefes más inseguros sean los más autoritarios. Que el compañero de trabajo que va por ahí con el pecho inflado como un pavo real sea el primero en venirse abajo cuando las cosas se ponen feas. La dureza no es sinónimo de fortaleza, sino de miedo disfrazado de autoridad. Es un escudo que pesa demasiado y que tarde o temprano termina aplastando a quien lo lleva.

Y en ese contexto, aparece Bartleby, el escribiente. No alza la voz. No golpea la mesa. No desafía a nadie con un enfrentamiento directo. Solo dice: «Preferiría no hacerlo». Y en esa simple negativa, desmonta todo el sistema de imposiciones. No se rebela con violencia, sino con la indiferencia más demoledora. Y claro, eso descoloca, porque la rigidez no sabe qué hacer con la suavidad que no cede, con la flexibilidad que no pelea, pero tampoco obedece.

Así que la próxima vez que alguien te diga que tienes que endurecerte, que el mundo es una selva, que la vida solo respeta a los duros, míralo con una sonrisa y di: «Preferiría no hacerlo». Y sigue adelante, sin perder tu suavidad, sin convertirte en piedra. Porque al final del día, los escombros son solo restos de cosas que se negaron a doblarse.


Comentarios

Una respuesta a “LA GRAN ESTAFA DE LA DUREZA: CUANDO SER UNA PARED TE CONVIERTE EN ESCOMBROS”

  1. Por desgracia hai xente a que lle costa entender que todos temos sentimentos e que esa postura ante a vida non os beneficia en nada.

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