Siempre he pensado que socializar es una de esas habilidades que te venden como esenciales, pero que nadie te enseña realmente a dominar. Desde pequeña, he sido tímida, aunque eso se contradice con el hecho de que hablo mucho y muy alto (demasiado alto, según dicen, y eso me da mucha rabia) Pero a medida que pasa el tiempo, cada vez me cuesta más socializar, encerrándome en mí misma, evitando situaciones que antes quizá me parecían más sencillas.

Cada vez me gusta más estar en mi casa, leyendo, escuchando música, meditando o simplemente disfrutando de la compañía de mis animales. Nunca estoy sola, porque mi familia es muy grande y somos muchos en casa. Tampoco soy de esas personas que salen a la calle a fijarse en los demás, no es algo que me interese de manera especial.

Hubo un tiempo en el que intenté forzarme un poco. Durante una temporada llevé a gente en BlaBlaCar, solo para obligarme a hablar, a relacionarme con desconocidos. Fue interesante, aunque no dejó de ser un desafío. Ahora, cuidando perros para ayudar a mi hijo con discapacidad, la interacción con los dueños de los animales es inevitable. Y, la verdad, estoy conociendo gente muy interesante, con historias que no esperaba escuchar y con quienes las conversaciones se sienten más fluidas, menos impuestas.

Admiro a la gente que tiene el don de la palabra, los que saben relacionarse y, además, lo disfrutan. Esos que salen, se divierten, los que tienen humor y son capaces de hacerte olvidar los problemas con una simple broma bien dicha. Me encantan las personas con sentido del humor, los que te aligeran el peso de la vida sin esfuerzo. Y luego aperecen los que siempre tienen un consejillo preparado, aunque nadie se lo haya pedido.

No es que no valore la socialización. Sé que es importante. Pero también sé que no hay que dejarse imponer por ella. Hay personas que parecen navegar por el mundo con una facilidad pasmosa, encajando en grupos, hilando conversaciones sin esfuerzo. Yo, en cambio, noto que cada vez encuentro más excusas para no ir a ciertos encuentros. No me ocurre con las comidas familiares más cercanas, esas las disfruto. Pero, en relación a otros eventos,… es otra historia. Y, claro, no quedas muy bien. «Siempre tienes un inpedimento», comentan. Y es cierto. Lo tengo. Pero no por el motivo que imaginan.

Quizá parte del problema es que una debe elegir con quién quiere estar. No se trata solo de socializar por socializar, sino de compartir tiempo con quienes realmente te aportan algo positivo, con quienes te sientes bien, con quienes hay una conversación genuina y no solo un relleno de silencios incómodos. Tampoco debemos agradar a todo el mundo. No es una tarea necesaria. Y, aunque lo fuera, sería imposible.

Pero encontrar amigos de verdad en el mundo de hoy no es sencillo. No me refiero a esos conocidos de redes sociales, ni los de las charlas superficiales en esas reuniones de compromiso, sino los que de verdad están, a los que sabes que puedes llamar cuando las cosas se tuercen y que te van a responder para bien.

Socializar’ puede ser agotador, incluso estresante. Pero también puede ser un arte. No uno que se practique con cualquiera, ni en cualquier momento. Un arte que, si se elige bien, puede dar frutos hermosos. Aunque a veces, lo más valioso sea simplemente aprender a disfrutar de la propia compañía sin sentirse culpable por ello.

Y si no, siempre queda la opción de fingir que has perdido el móvil para evitar los grupos de WhatsApp, practicar la mirada distraída cuando te cruzas con alguien por la calle, o simplemente abrazar la vida de ermitaño con un buen libro y una taza de té. Socializar está bien, pero no subestimemos el placer de la soledad bien administrada.


Comentarios

Una respuesta a “El arte de socializar (o al menos de intentarlo)”

  1. «Me parecía que el silencio en sí era hermoso. Prefería estar solo, como si el mundo se desdibujara cuando no había nadie más alrededor.»— Haruki Murakami, Tokio Blues

    Precioso, Sara. Gracias.

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