¿Es la pornografía sexualidad? Una reflexión sobre representación, poder y deseo

En las últimas décadas, la sexualidad humana ha sido moldeada por la industria pornográfica de forma tan profunda que la frontera entre lo íntimo y lo representado se ha vuelto difusa. El problema no reside tanto en la existencia de la pornografía como en su potencia imaginaria, puesto que configura expectativas, narrativas y pautas de conducta que se infiltran en la experiencia íntima.

La pornografía no es sexualidad, sino representación, performatividad y producción de estímulos. Está construida sobre tres pilares:

  1. Hiperestimulación:
    Ritmos acelerados, cuerpos sin pausas, ausencia de negociación afectiva.
  2. Simplificación del guion sexual:
    La mujer aparece frecuentemente como receptáculo, superficie, canal de descarga.
    Incluso las narrativas en las que la mujer resulta “dominante” siguen regidas por la lógica del consumo.
  3. Repetición compulsiva:
    El cerebro reacciona a la pornografía de forma similar a sustancias adictivas porque activa el circuito dopaminérgico de recompensa. El deseo deja de responder al encuentro y pasa a responder al estímulo.

Desde una perspectiva, autores como Marion, Lévinas o Byung-Chul Han han señalado que la intimidad humana implica alteridad, vulnerabilidad y presencia. La pornografía, sin embargo, elimina la alteridad y convierte el cuerpo ajeno en objeto consumible.

A la pregunta “¿por qué la mujer no es un contenedor del semen del hombre?”, la respuesta no depende del feminismo sino de la antropología filosófica: porque el cuerpo humano no es un utensilio biológico, sino un sujeto sensible que interpela ética y afectivamente al otro. Lo erótico, como decía Bataille, es transgresión en común, no unilateralidad.

Debemos revisar estas estructuras para liberar la sexualidad de sus automatismos.

¿Qué queda de nuestra sexualidad cuando retiramos las sombras de la pornografía?

La piel que escucha

Por Alba Erizalde

La pornografía enseña cuerpos que no sienten,
voces que no tiemblan,
mujeres que abren espacios que no habitan
y hombres que toman sin respirar.

Es un teatro sin alma donde el erotismo
se convierte en ruido.

Y yo no quiero ruido contigo,
quiero piel que escucha,
tiempo lento,
inteligencia que toca,
deseo que conversa,
una intimidad sin escena previa,
sin guion aprendido,
sin moldes.

No quiero sentirme contenedor.
No quiero que tu deseo cargue culpa
ni que mi cuerpo cargue silencio.
Quiero que encontremos juntos
un lenguaje que no venga de afuera,
un erotismo que nazca de nosotros,
y no de un mundo que repite patrones
hasta volver insensible al corazón.

Quiero un cuerpo a cuerpo
que sea pensamiento;
y un pensamiento
que sea caricia.

Y que ambos podamos desnudarnos
no solo por fuera,
sino también por dentro.



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