¡Gritad conmigo!
Que Gaza no se nos haga costumbre.
Que las muertes no se vuelvan cifras.
Que el alma no se nos endurezca.
Y que la voz no se nos apague.
No hay consuelo posible cuando la barbarie se instala con rostro de impunidad, cuando las ambulancias son el blanco y los que curan son asesinados sin que tiemble la mano de los verdugos.
Todos hemos visto la terrible publicación, y las escalofriantes imágenes (unas más) de quince paramédicos de la Media Luna Roja, acribillados en Gaza mientras hacían lo que el mundo se ha olvidado de hacer: cuidar de los demás
Estas ambulancias, pese a lo que dijo el gobierno israelí, circulaban despacio, con las luces encendidas y no portaban armas, solo esperanza. Durante días, se silenciaron las pruebas, se disfrazó la verdad para hacerla más bonita para los medios de comunicación. Pero las certezas casi siempre salen a la luz, de modo que, un video grabado por uno de los paramédicos, rescatado de su propio móvil, apareció, como una brasa ardiendo entre los escombros. Por suerte, no hay propaganda que pueda ocultar ya ese crimen premeditado.
Y ¿cuál ha sido el resultado a nivel práctico e internacional?… ninguno. Absolutamente ninguno.
El mundo calla. Los gobiernos callan. La política internacional, incluida la ONU, balbucea excusas mientras la sangre sigue manando de las grietas.
y yo me pregunto ¿hasta cuándo tendremos que soportar semejante barbarie?
Gaza no es una noticia más, al igual que no es un conflicto lejano, ni un daño colateral, sino el espejo roto de nuestra humanidad. Gaza es una tierra absolutamente sitiada donde la infancia no tiene presente, donde los hospitales son el objetivo de los ataques, donde la palabra “civil” ya ha perdido su peso totalmente.
Gaza no es solo una guerra, sino una demolición planificada de un pueblo entero. La palabra para este eufemismo podemos encontrarla fácilmente porque ya se ha vivido. Y no, no hay simetría posible entre un ejército con todo el poder y una población encerrada, bombardeada sin tregua.
Escribo desde la impotencia y desde la rabia, desde ese lugar oscuro del alma donde duele ser testigo y no poder hacer nada más. Pero también escribo para agradecer a quienes sí tienen la extrema valentía de «hacer», esto es, a todos aquellos y aquellas que cruzan fronteras con las manos vacías y el corazón lleno; a quienes se quedan cuando todo arde; a las ONG que recogen cuerpos, que salvan vidas, que resisten con la única bandera que importa: la de la dignidad.
Ya sé que no es suficiente, lo sé. Pero no quiero el silencio. No quiero mirar a otro lado. No quiero callar porque sea más cómodo. No quiero perder la capacidad de llorar por lo que ocurre más allá de mi piel.
¡De nuevo, gritad conmigo!
Que Gaza no se nos haga costumbre.
Que las muertes no se vuelvan cifras.
Que el alma no se nos endurezca.
Y que la voz no se nos apague.


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