¡Caramba! Es que todos somos unidades de otros. El vínculo invisible (y un perro que me lo recordó)

A Toffee

No pudo dormir. Son las 5:48 de la madrugada.
Y no se debe a que no pueda conciliar el sueño, sino a que uno de los perros que cuido se ha puesto muy malito. Lo he llevado al veterinario de urgencia y ha quedado ingresado con un diagnóstico delicado: edema pulmonar. No es mi perro, pero me siento completamente responsable de su bienestar. El hecho de ver sufrir a un animal me atraviesa por dentro. No necesito decir nada más sobre responsabilidades ajenas.

Lo que sí quiero decir, en cambio, es esto:
Este trabajo —si se puede llamar así— me transforma y la bondad de hacerme cargo de los animales, en este caso de otros, me serena, me devuelve a lo esencial; me da paz, alegría, y sentido a mi existencia. Desde que me acompañan, en realidad lo han hecho toda mi vida, mis dolores han ido cediendo. Y no os hablo solo del cuerpo físico. Ellos me habitan, me enseñan, me devuelven una parte de mí que a veces se me olvida.

Creo, cada vez con más fuerza, que somos mucho más que este envoltorio perfecto y diseñado al milímetro que se nos ha dado, y mucho más que las palabras que nos explican. Todos los seres vivos forman parte de nuestro día a día, de nuestro equilibrio más profundo: desde la planta pequeña que se abre paso entre las piedras hasta los animales marinos que apenas conocemos. Desde los insectos invisibles hasta los pájaros que cruzan el cielo sin pedir permiso.

Tal vez no seamos la especie más evolucionada. Sin duda no lo somos. Tal vez el verdadero desarrollo tenga más que ver con el cuidado que con el control, con la empatía y no con la superioridad.

Por eso, hoy solo deseo desde lo más profundo de este corazón dejaros aquí esta reflexión, sencilla pero urgente, y que quizá algunos de vosotros tacharéis de romántica y de utópica: cuidemos de la tierra y de la vida en todas sus representaciones. Respetemos a quienes nos acompañan en este viaje, visibles o invisibles, de cuatro patas, de hojas, de alas, de branquias o de raíces. Porque la existencia es una sola, aunque adopte infinitas caras.

Nuestra vida, no es dual en especies ni en dueños, sino en presencias que nos rasgan el alma. Y, a veces, basta un perro que jadea en la madrugada, una mirada que te pide ayuda sin palabras, para recordarnos quiénes somos en realidad.

Y es correcto no entenderlo todo.
Basta con estar.


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