Thriller en el fin del mundo: luces y sombras de Paradise

Hay series que no se ven, se atraviesan. Paradise es una de ellas. No por su perfección, sino por su capacidad de hacerte habitar un espacio cerrado, inquietante, elegante en su oscuridad. Estrenada en 2025 en Disney+, esta miniserie de ocho episodios, creada por Dan Fogelman, parte de una premisa potente: una comunidad subterránea habitada por la elite del mundo, aislada tras una catástrofe global, en la que todo parece estar cuidadosamente controlado hasta que ocurre un asesinato. Y a partir de ahí, todo se tambalea.

Paradise es, en su núcleo, un thriller: un relato de sospechas, traiciones, secretos y persecuciones, todo bajo una atmósfera de vigilancia constante. Pero también es una distopía contemporánea, o más bien una reactualización de las distopías clásicas. En lugar de paisajes devastados o gobiernos totalitarios explícitos, lo que encontramos es una oligarquía que ha hecho del encierro un privilegio. La amenaza ya no viene de fuera: está dentro. En las relaciones, en lo que se decide ocultar en nombre del bien común.

El agente del Servicio Secreto Xavier Collins (Sterling K. Brown) encuentra al presidente de los Estados Unidos muerto junto a su cama. Desde ese momento, se convierte en sospechoso, testigo y detective a la vez. Lo que sigue no es una simple investigación policial, sino un descenso controlado al corazón de un sistema donde el orden esconde el miedo, y la paz, la represión.

El primer tramo de Paradise es magnético. La atmósfera, tensa y casi ceremonial, está cuidada al detalle. El búnker, con su diseño minimalista y casi utópico, transmite al espectador la sensación de un mundo encapsulado, donde todo lo humano debe medirse, filtrarse y amortiguarse. Hay algo de la vieja ciencia ficción social de los setenta en su ADN: una distopía elegante que no necesita mostrarse caótica para resultar inquietante.

Pero a medida que avanza, la serie, en mi opinión, va perdiendo el pulso inicial. La tensión se diluye en subtramas que a veces distraen más de lo que suman. La estructura narrativa, que había comenzado con una eficacia impecable, se va relajando, y aunque los temas siguen siendo potentes —el poder, la verdad, la manipulación, la memoria—, la historia deja de avanzar con la misma tensión.

Aun así, hay personajes memorables. Xavier Collins es el eje emocional: un hombre que lo ha dado todo por la protección de un sistema en el que empieza a dejar de creer. Su contención, su temblor interno, están perfectamente retratados por Sterling K. Brown, en una de sus mejores interpretaciones. Cal Bradford (James Marsden), el presidente, aparece en pantalla menos de lo que uno espera, pero su sombra lo ocupa todo. Samantha Redmond (Julianne Nicholson), fría, calculadora, fascinante, es una figura de poder que se mueve con soltura entre la política y lo personal. Y Nicole Robinson (Krys Marshall), con su pasado afectivo y su lealtad dudosa, introduce una tensión sexual y moral que enriquece la narrativa.

Uno de los aspectos más interesantes de la serie es cómo muestra el contraste entre quienes han interiorizado las reglas de este nuevo mundo y quienes empiezan a cuestionarlas. Hay personajes que se acomodan al sistema sin hacerse preguntas, aceptando la comodidad del encierro como si fuera un refugio emocional. Otros, sin embargo, se rebelan —de forma visible o silenciosa— y abren grietas en la aparente perfección del entorno. Esa dialéctica entre sumisión y rebeldía, entre obediencia y duda, es uno de los hilos más estimulantes del relato.

Paradise es, en definitiva, una serie que se atreve a imaginar un futuro cercano donde la supervivencia ha pasado a ser un privilegio, y la verdad, un lujo que no todos pueden permitirse. Pierde fuelle, sí. Pero lo que propone es lo bastante perturbador como para no olvidarse fácilmente.

La recomiendo sin reservas: para quienes disfrutan de los thrillers de encierro con resonancia política, para quienes aman el suspense con trasfondo filosófico, y para quienes no necesitan respuestas cerradas para quedarse pensando.


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