Yo no soy yo
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
Juan Ramón Jiménez
El misterio fascinante de la identidad
La identidad es un misterio fascinante. Una cree tenerse más o menos controlada hasta que, un día cualquiera, se sorprende a sí misma buscando las llaves con desesperación… mientras las sostiene en la otra mano. O peor, saludando con un ‘buenas tardes, gracias’ a alguien que solo te ha dicho ‘hola’. Y ahí está ese otro yo, cruzado de brazos, sacudiendo la cabeza y preguntándose cómo hemos llegado hasta aquí.
Juan Ramón Jiménez nos lo advirtió con su poema Yo no soy yo. No somos solo la que firma los papeles importantes, la que recuerda los cumpleaños y la que elige cuidadosamente las palabras en una reunión. También somos la que dice ‘igualmente’ cuando el camarero le desea buen provecho, la que se ríe en el momento más inoportuno y la que, en la tranquilidad de la noche, recuerda aquella vez en el colegio en que dijo algo vergonzoso y siente la necesidad de taparse la cara con la almohada.
La vida, en realidad, es un enorme enredo de momentos en los que nos reconocemos y otros en los que nos desconocemos por completo. A veces, nuestra propia mente nos juega malas pasadas: entramos en una habitación y olvidamos por qué lo hicimos, nos encontramos con una amiga de la infancia y nos bloqueamos sin saber si darle dos besos, un abrazo o un tímido apretón de manos. Nos pasa a todos. Hasta a Borges, que en su relato Borges y yo se preguntaba quién era realmente: el hombre que vivía su vida o el escritor que la moldeaba en sus libros.
También es lo que pasa cuando te confundes de dirección y terminas en un sitio inesperado, cuando te ríes en medio de un momento solemne o cuando recuerdas un chiste tonto en plena reunión. Al final, la identidad no es un concepto fijo y controlado, sino una suma de aciertos y torpezas, de planes cumplidos y desvíos accidentales, de momentos de lucidez y otros de gloriosa confusión.
Así que, en vez de preocuparnos por definirnos con precisión, quizás podríamos relajarnos un poco, aceptar la comedia de enredos en la que vivimos y aprender a reírnos más de nosotros mismos. Porque, en el fondo, somos el que planea y el que improvisa, el que avanza con paso firme y el que se tropieza con la misma baldosa tres veces seguidas. Y si hay algún secreto en todo esto, tal vez sea el de encontrar la gracia en el desorden, la belleza en la imperfección y la magia en esos momentos en los que nos damos cuenta de que, efectivamente, no somos del todo quienes pensábamos ser.
Borges y yo
Jorge Luis Borges
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario bibliográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir
en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa
costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra.
Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los
juegos con el tiempo y lo infinito, pero esos juegos son de Borges y ahora tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cual de los dos escribe esta página.
Antología personal


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