A veces me pregunto por qué hay personas que, con todo en contra, se lanzan al vacío. Deciden, arriesgan y crean su propio camino, aunque eso les lleve por territorios desconocidos. Los llamamos «locos» o «raros», cuando en realidad son los que no se conforman con las normas impuestas. Y luego están los otros, los que, por más que sus corazones griten de dolor, siguen adelante como si no pudieran hacer otra cosa. La pregunta es: ¿qué pasaría si todos viviéramos contracorriente?

Hace poco, recordé a un antiguo alumno. Era uno de esos chicos que siempre parecía ir por la vida con una gran pregunta en la cabeza, como si aun no hubiera encontrado la respuesta a lo que verdaderamente le llenaba. Un día, sin previo aviso, desapareció. No hubo despedidas formales ni anuncios solemnes, solo un mensaje en el que me contaba que había dejado todo en la ciudad, que había comprado una casa en O Courel y que pensaba crear un estudio de grabación con su pareja. ¿Una locura? Puede ser. Pero había algo en su mirada, un brillo distinto, una claridad que no se puede explicar, que me decía que había tomado una decisión desde lo más profundo de su ser. Para muchos, habría sido un error. Para él, había sido un acto de libertad.

Poco tiempo después, conocí a una chica que no necesitaba muchos adjetivos para que entendiera su alegría. Era profesora, funcionaria, una de esas personas que, si te pones a pensar en cómo debería ser el «camino ideal», sería una de las que lo seguiría al pie de la letra. Pero no. Decidió dejar todo atrás. Dejó las aulas, los exámenes, la rutina, y se fue a vivir en una autocaravana con su perra. La vi un par de veces, y en cada encuentro brillaba con una sonrisa franca, una felicidad tan profunda que no podía dejar de preguntarme si todos esos «locos» no serían, en realidad, los más sensatos.

A menudo, la sociedad nos enseña a seguir un patrón, una forma de vivir que está marcada por reglas, expectativas y convenios. Y cuando alguien se sale de ese patrón, se le mira con desconfianza, como si estuviera equivocado. Como si el hecho de no seguir el camino establecido fuera un error. Pero, ¿quién decide qué es lo correcto y lo incorrecto? ¿Qué pasaría si lo único erróneo es seguir sin cuestionar lo que se nos ha dicho que es «normal»?

Siempre he pensado que quienes toman decisiones tan radicales tienen algo que decirnos. Quizá se trate de una llamada de atención, un susurro en el viento que nos invita a liberarnos, a mirarnos a nosotros mismos y a hacernos preguntas que, tal vez, hemos estado evitando por miedo. Como cuando hablamos de personas con TDAH o TEA, que no encajan en la norma establecida. A menudo se les ve como un problema, como algo que hay que medicar y corregir. Y yo me pregunto: ¿no es que simplemente no se ajustan a un molde rígido que no fue hecho para ellos? ¿No es acaso su rebeldía, su forma de ser, una invitación a replantearnos lo que consideramos «normal»?

Nos enseñan a verlos como personas intolerables, como si algo estuviera roto en su interior. Pero ¿y si lo que está roto es nuestra forma de ver las cosas? ¿Y si lo que ellos hacen es desobedecer un sistema que nunca estuvo hecho para ellos, que nunca les permitió ser quienes realmente son?

Tal vez lo que está sucediendo es que el verdadero acto de valentía no es el que nos hacen creer. No es el seguir el camino de la lógica y la seguridad. No. La valentía está en soltar lo que conocemos, aunque nos cause miedo. En abrazar lo que es distinto, lo que es auténtico, incluso si no encaja en los moldes.

Esos dos ejemplos, esa chica en la autocaravana y ese alumno en O Courel, no son «locos». Son personas que decidieron tomar el vuelo del alma. Porque a veces, cuando nos alejamos de la corriente principal, descubrimos lo que realmente somos. Y eso, por más extraño que parezca a los ojos de algunos, es el verdadero acto de libertad.

Así que, ¿qué pasaría si dejáramos de ver a los que se apartan como «raros» o «problemáticos»? ¿Y si, en lugar de medicarlos o juzgarlos, aprendemos de su capacidad para arriesgar, para ser fieles a sí mismos, para crear su propio camino sin importar lo que digan los demás? Quizá sea hora de escuchar el susurro del viento y preguntarnos, con valentía, si estamos realmente viviendo o solo existiendo dentro de los límites que nos impusieron.


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