Vai de morto quen non foi de vivo

Debía de tener unos siete u ocho años. Mi madre podría confirmarlo. Estaba en el colegio por la mañana de un día cualquiera, en aquel entonces en uno religioso de Ferrol, de monjas, en la Carretera de Castilla. Es lo que se estilaba, teniendo en cuenta que nací en 1969. Recuerdo que me empezó a doler muchísimo la cabeza, en la zona de detrás de las orejas y hacia las sienes. Lo recuerdo perfectamente. Me mandaron para casa y ya mis padres estaban atentos porque se había detectado un brote de meningitis. Por la noche dormí en cama de papá y mamá, pero la fiebre empezó a subirme muy rápidamente junto con los vómitos.

Efectivamente, sufrí meningitis y estuve en coma varios días. No tuve una experiencia cercana a la muerte, pero sí me veo tumbada en la camilla, con todos los médicos alrededor, y mis pies desnudos más grandes de lo normal.

Fue entonces cuando Servitas me ofreció a Santó André de Teixido, prometiendo que me llevaría allí si me curaba. Los médicos me pincharon una medicación de adulto. Era probarla sin seguridad de que fuera exitosa. Pero sobreviví y me llevaron a Santo André, tal y como me habían ofrecido al Santo.

Mucho tiempo después, cuando me enfrenté a la situación desesperada de tener un hijo con discapacidad, con un trastorno de conducta importante, que está medicado desde los tres años, volví a Santo André. Y llevo haciéndolo en los últimos dos años, una vez al mes. Da igual el día, pero me acerco a aquellos acantilados, respiro el aire, me siento en los bancos del santuario que el sacerdote, Antonio, califica como pobre, y me lleno de la fuerza telúrica que dicen que existe en ese lugar próximo a Cedeira.

Hoy la iglesia estaba llena de un grupo de personas que había venido de Marín. A mi lado se sentaba una señora de unos setenta y muchos años y empezamos a hablar. Me contó que padecía de los huesos, que se había jubilado a los cuarenta años, que su marido había sido marino y jubilado a los cincuenta y cinco años y desde las respectivas jubilaciones se habían dedicado a viajar, menos en barco. En barco, no.

No me dijo su nombre, pero tenía más motivación y más ganas de vivir que yo misma en estos momentos.

Hoy tengo que dar gracias por muchas cosas. Una de ellas es esta que ahora os cuento. La siguiente la expondré, si me dejáis, antes de irme a la cama, en la siguiente entrada.