Quizá la entrada de hoy no es la más animada del mundo, pero necesito escribirla.
En ocasiones, las frases más sencillas contienen las verdades más profundas. En septiembre, mi cuñada y mi hermano me hicieron un regalo por mi cumpleaños que no era solo un objeto, sino un mensaje que impactó profundamente en mí. Con el presente, venía una nota dibujada por la artista de mi cuñada a colores que decía: «Teresita: El entusiasmo mueve el mundo». Esa frase, tan breve y tan poderosa a la vez, ahora tiene un lugar privilegiado en mi vida: está en la cabecera de mi cama, sostenida por unas manos de madera talladas en posición de rezar, que vinieron de la India. En medio hay un budita en posición de loto.
Esas manos no son meramente decorativas. Representan para mí un gesto de fe, de conexión, y de gratitud hacia la vida. Cada noche y cada mañana, antes de acostarme y cuando me levanto, leo esa frase y recuerdo que el entusiasmo no es solo un impulso momentáneo, sino una forma de resistencia, una herramienta para transformar la adversidad en oportunidad. En esas palabras, siento la energía que me ayuda a enfrentar mis retos diarios y a seguir adelante incluso cuando el camino se vuelve cuesta arriba. Sin embargo, he de admitir que, a medida que he ido envejeciendo, he ido perdiendo el entusiasmo y la pasión que antes me caracterizaban. A veces, sinceramente, no sé cómo recuperarlo, sobre todo cuando la realidad que vivo a diario me supera. Veo ese cartel y me digo: «¡Venga! ¡Vamos allá!». Y entonces ocurre algo: por ejemplo, que esta mañana mi hijo con discapacidad se haya ido a pasear al perro y vuelva oliendo a tabaco ya a las nueve. Me pregunto ¿quién porras se lo dará? Y, en esos momentos, me desmorono.
Aun así, intento buscar aspectos para entusiasmarme. Como le digo a Kike, con el que ahora estoy enfadada, muchas veces: pongámonos en manos del Espíritu Santo y confiemos.
El entusiasmo, en su esencia, no requiere de grandes actos. Es la chispa que enciende cada día, la sonrisa que regalamos a los demás, el proyecto que soñamos y trabajamos poco a poco, la emoción al aprender algo nuevo o el simple hecho de contemplar lo bello. Es la fuerza que nos invita a levantarnos con propósito y a seguir creyendo, incluso cuando las circunstancias nos retan a hacerlo.
Ese regalo y esa frase no llegaron a mi vida por casualidad. Fueron un recordatorio de que, aunque a veces las situaciones sean difíciles, siempre hay una razón para entusiasmarse con lo que está por venir. Porque al final, cuando miramos atrás, no recordamos tanto los logros materiales como el amor y la pasión con los que vivimos cada momento.
Hoy, quiero invitarte a reflexionar sobre qué lugar ocupa el entusiasmo en tu vida. ¿Qué te mueve? ¿Qué te hace vibrar? En el mundo actual, donde muchas veces prima el desencanto, rescatar el entusiasmo es un acto revolucionario. Como decía mi nota, y ahora repito cada día: «El entusiasmo mueve el mundo». Y sí, también mueve el mío… A veces.


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