Dejadme un momentito para calcular, más o menos, las fechas. En el año 1993 comencé mi trayectoria académica con la consecución de una beca del Ministerio. Se trataba de una beca de cuatro años, de formación de docencia e investigación. Uno de los requisitos para promocionar a la fase siguiente era el de realizar una estancia, o varias, en el extranjero. La primera de ellas la escogí en Amsterdam, donde viví tres meses. Allí volvería tiempo más tarde.
Entre las bondades de Amsterdam, además de la legalización de la marihuana, se encuentra también la de la prostitución y allí se ofrece a los turistas su famoso barrio rojo. Amsterdam y Holanda tienen cosas maravillosas, como país. Sin embargo, desde mi punto de vista, el apoyo a la prostitución no es una de ellas.

Me manifiesto totalmente en contra de la prostitución, de la trata de personas, a pesar de la frase de que cada una podamos decidir sobre lo que queremos hacer con nuestro propio cuerpo. Es más, si el gobierno hiciese un referéndum votaría a favor de ilegalizarla.
No quiero convencer a nadie y tampoco me gusta mucho posicionarme en la política, si bien, como dice un compañero mío: en este mundo todo es política.
Los seres humanos no somos mercancía
La prostitución y la trata de personas son dos caras de una misma moneda de explotación que atentan contra la dignidad humana. Aunque a veces se intenta normalizar la prostitución como una «elección» o un «trabajo», esta perspectiva ignora las realidades brutales que vive la mayoría de las personas atrapadas en esta industria. La prostitución no es una opción libre cuando se elige bajo coacción, pobreza, violencia o falta de oportunidades, y es ahí donde el sistema perpetúa la desigualdad y el abuso.
La trata de personas es una forma moderna de esclavitud que alimenta la prostitución en una escala global. Mujeres, niñas, e incluso hombres y niños son secuestrados, engañados o forzados a entrar en redes de explotación sexual. Estas redes funcionan a través del abuso físico y psicológico, convirtiendo a las víctimas en bienes de consumo.

Quienes defienden la legalización o regularización de la prostitución perpetúan un sistema que protege al cliente y al proxeneta, mientras abandona a las víctimas. Legalizar esta práctica solo beneficia a quienes se lucran con el cuerpo ajeno y aumenta la demanda de explotación sexual, incentivando la trata. Además, refuerza estereotipos de género y deshumaniza a las personas al reducirlas a objetos para satisfacer solo el imperativo del deseo sexual.
La lucha contra la prostitución y la trata de personas debe ser clara y sin concesiones. Es imprescindible centrar los esfuerzos en proteger a las víctimas, perseguir a los explotadores y educar a la sociedad sobre la necesidad de erradicar esta violencia. Alternativas como el modelo abolicionista, que penaliza a los compradores y proxenetas al mismo tiempo que ofrece apoyo y reintegración a las víctimas, son pasos fundamentales hacia una sociedad más justa.
Ninguna excusa cultural, económica o personal puede justificar un sistema que destruye vidas y perpetúa la desigualdad. La prostitución no es un destino inevitable: es una forma de violencia institucionalizada que debe ser amputada. Aceptarla, regularla o minimizar su impacto es aceptar un mundo donde los derechos humanos son vulnerados a cambio de lucro y poder.


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