Los Pilares de la Tierra: El Musical del Teatro EDP Gran Vía

¡Qué gran sorpresa nos llevamos mi madre, mi hermana y yo en nuestra reciente visita al Teatro EDP para ver el musical Los Pilares de la Tierra. Si bien nunca me había animado a leer la monumental obra de Ken Follett –quizá porque los best sellers no son mi primera elección–, sí recuerdo cómo mi padre lo tenía siempre en su mesilla, leyéndolo a ratos, como quien enfrenta un gigante con paciencia y dedicación. Tal vez por eso, más que por la fama del libro, decidimos vivir la experiencia en directo porque, además, nos gustan los musicales desde pequeñas, primeramente los del cine y ahora ya los que se pueden disfrutar en escena. ¡Y vaya si valió la pena!

El teatro en sí ya es un espectáculo. Su arquitectura majestuosa, con sus techos dorados y su ambiente que respira historia, nos trasladó a otro tiempo antes incluso de que las luces se apagaran. Pero lo que verdaderamente marcó la diferencia fue la escenografía. El escenario se extendía a los laterales y hasta las butacas, creando una experiencia inmersiva. Los actores entraban y salían por los pasillos, lo que daba la sensación de estar dentro de Kingsbridge, ese pequeño pueblo medieval que, de alguna manera, se convirtió en el centro del mundo.

Y la música… La potencia y emotividad de las voces de los artistas llenaban cada rincón del teatro. Cada nota parecía cargada de la pasión y los conflictos que han hecho de Los Pilares de la Tierra una historia tan perdurable. Especialmente memorable fue la interpretación del tema principal, cuya melancolía y esperanza resonaron en todos los asistentes. Hubo momentos en los que no sabía si aplaudir o simplemente dejarme llevar por la música, como si interrumpiera un sueño.

Sin embargo, no todo fue perfecto. Si bien la producción era ambiciosa y cuidada al detalle, algunos fragmentos se sentían un poco apresurados, especialmente para quienes no conocemos la historia al dedillo. Ciertos personajes apenas tuvieron tiempo para desarrollarse, y habría agradecido que algunos momentos clave recibieran la pausa que merecían. Aun así, el carácter visual y auditivo del espectáculo compensa con creces esas pequeñas debilidades.

Salir del teatro con mi madre y mi hermana fue casi tan especial como la obra misma. Nos quedamos comentando cada escena, las luces, la música y, por supuesto, cómo el arte tiene la capacidad de acercarnos, de hacernos compartir algo que trasciende palabras. Aunque no me haya lanzado a leer las 1.200 páginas del libro (todavía), entiendo un poco mejor por qué mi padre lo guardaba como un tesoro.

En definitiva, si tienen la oportunidad de ver este musical, no la dejen pasar. Es un recordatorio de cómo el teatro puede llevarnos de viaje en el tiempo y el espacio, haciéndonos sentir parte de una historia universal de sueños, lucha y humanidad.

Reseña del libro pendiente. Veremos lo que nos ofrece la obra, si me atrevo a leerla.


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