Dedicado a Antón
He escogido para leer, y hacer un descanso de Caperucita en Manhattan, El Tao simple. El camino del equilibrio y la plenitud, de Alexander y Annellen Simpkins. Me gusta mucho todo lo relacionado con la meditación, el mindfulness y las artes marciales chinas. De ahí que tenga ese otro blog que os menciono en la portada de mi página y que se llama El sendero de Qi. Sería un honor para mí que os acercarais a hacerle una visitilla.
Al abrir el libro me he encontrado con la tarjeta universitaria de mi hijo mayor, en la que debía de tener unos 11 o 12 años.
No suelo hablar mucho de él, pero hoy quiero hacerlo. Tiene un carácter fuerte, de esos que se mantienen firmes incluso cuando todo alrededor parece moverse sin control. No es una persona de muchas palabras, pero cuando dice algo, es con sentido. Su forma de estar en el mundo es algo que siempre he admirado: observa, piensa, decide. No se deja llevar por el ruido ni por la urgencia de los demás.
En su aislamiento hay algo que me recuerda al Tao, ese camino de equilibrio y plenitud del que habla el libro El Tao Simple. Posee la serenidad de quien comprende que no todo requiere una reacción inmediata, que las cosas se acomodan cuando uno sabe esperar el momento justo. No es una frialdad distante, sino una manera de habitar el mundo con consciencia, sin dejarse arrastrar por lo superfluo.
A veces me pregunto si su fortaleza viene de haber entendido, sin palabras ni explicaciones, esa idea esencial del Tao: dejar fluir, actuar cuando es necesario y no hacerlo cuando no lo es. Su manera de moverse en la vida no es la de quien busca desesperadamente encajar, sino la de quien ha encontrado su propio ritmo, su propio sentido.
Quizás Antón no lo sepa, pero en su andar tranquilo y en su independencia hay una sabiduría que muchos tardamos años en aprender. Y hoy, simplemente, quiero reconocerlo.


Deja un comentario