Me miro en el espejo y veo mis labios apretados, mi ceño fruncido, mis ojos entrecerrados. Todo ello como signo de enfado. Observando algunas fotos, me descubro casi siempre de la misma manera.

Cuando estaba en el colegio, mi principal y mejor amiga me decía que yo era tan buena que resultaba tonta. Hoy, mi hijo con discapacidad, me ha dicho por la mañana en el desayuno lo siguiente: ¡mamá. Eres tan buena que todo el mundo se aprovecha de ti. Y estás de baja porque no quieren que vuelvas al trabajo, que así están tranquilos! Después se ha puesto a fumar papel en su habitación, con el riesgo de que ardiese la casa y simplemente, tras semejante hazaña, duerme en el sofá mientras me he quedado completamente apesadumbrada, chafada, desolada.

¿Acaso la bondad supone ser tonta y que se aprovechen de una? Si es así, me parece muy mal; me enfada. Por eso mis palabras del primer párrafo.

Nunca se me ha ocurrido aprovecharme de la bondad de las otras personas, si bien pocas he encontrado ‘buenas’ de manera desinteresada en mi camino. Sí doy las gracias a la psicóloga que me trajo bolsas de comida de la huerta cuando todo parecía bastante negro o a mi amiga que me dejó su piso alquilado a un precio baratísimo para que pudiéramos vivir en Lugo. Tampoco tengo muchas más personas que citar que se hayan portado así conmigo, salvo mi familia, claro está. Ellos son, en mi caso, la fuente del amor más genuino.

Mi madre es buena, mi padre era bueno, mi hermana es buena, mi hermano es bueno, mi cuñada es buena, mi cuñado es bueno y mi marido es bueno. Pero ninguno de ellos son tontos.

Yo sí. Soy tonta. Esa es la verdad. Por no poner límites; por dejar que me mientan; por no saber desprenderme de ciertos vínculos a tiempo, por no aprender de los errores, por no avanzar. Me recuerda mucho a una película con la que tuve una discusión enorme con una persona, género masculino, a la que no calificaré por respeto, que se enfadó porque yo no entendía el comportamiento de la protagonista. Me refiero a la película dirigida por Lars Von Trier y protagonizada por Björk, titulada Bailar en la oscuridad (2000) En esta película musical se narra la vida de Selma, una inmigrante checa en los Estados Unidos que sufre de una enfermedad hereditaria que le está haciendo perder la vista. Trabajando en condiciones difíciles para ahorrar lo suficiente y asegurar un futuro para su hijo, Selma se refugia en la música y en un mundo de fantasía, donde sus sueños le permiten evadir momentáneamente la cruda realidad que la rodea. A lo largo de la película, la protagonista se enfrenta a una serie de injusticias y obstáculos en un entorno implacable, lo que la empuja a tomar decisiones desgarradoras en nombre del sacrificio y el amor maternal. La fusión entre la belleza de sus ilusiones musicales y la brutalidad de su existencia cotidiana crea un contraste impactante que define la esencia trágica y conmovedora de la historia.

El caso es que Selma es tonta. Es tonta por sufrir tanto por esa imagen del sacrificio y del amor maternal. Ahora sí me siento identificada y quisiera no ser así.

A los que os aprovecháis de la bondad ajena, os digo que «creo» no sé, que el karma pone las cosas en su sitio (bufff. No estoy segura para nada)

«Soñaba que estaba en un musical porque en los musicales nunca pasa nada malo»


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