Cuando era niña, soñaba con ser exploradora. No imaginaba oficinas, horarios ni rutinas, sino caminos abiertos, paisajes desconocidos y hallazgos sorprendentes. Cuando mi prima Susana me preguntaba qué quería ser, mi respuesta no dejaba lugar a dudas: paleontóloga o arqueóloga. No se trataba de una fantasía inspirada en Indiana Jones, porque ni siquiera lo conocía en ese entonces. Mi fascinación por el pasado y sus huellas era genuina, nacía de los libros que devoraba con avidez, de las imágenes que miraba una y otra vez como si fueran ventanas a mundos a los que, de alguna forma, pertenecía.

Me gustaban las civilizaciones antiguas y coleccionaba fascículos sobre ellas. Egipto era mi favorita, con su simbología misteriosa, sus tumbas selladas y sus dioses con cabezas de animales. Pero también me intrigaban las culturas que descubrí en un libro enciclopédico de mi padre, donde se hablaba de etnias y razas de todo el mundo. Había imágenes que me obsesionaban: una mujer con aros en la boca, que se la agrandaba, o cuerpos cubiertos de heridas convertidas en adornos femeninos, cicatrices que eran a la vez marcas de identidad y belleza. Las miraba una y otra vez, tratando de entender algo que iba más allá de las palabras.

En casa había otro libro que hojeaba con frecuencia, uno sobre George Harrison y sus viajes espirituales. Me fascinaba cómo alguien que había sido parte de la banda más famosa del mundo, en lugar de quedarse atrapado en su éxito, sintió la necesidad de buscar algo más profundo. Sus viajes a la India, su conexión con la meditación y el misticismo oriental, su devoción por el sitar y Ravi Shankar… Todo eso me parecía de un universo al que no sabía si alguna vez podría acceder, pero que me intrigaba de una manera extraña y magnética.

En ese libro, pues ahora no recuerdo el título, pero lo buscaré, no se hablaba solo de lugares, sino de transformaciones internas, de un viaje que no se medía en kilómetros, sino en preguntas, en aprendizajes, en la manera en que la mente y el espíritu se expanden cuando uno deja de aferrarse a lo conocido. Y quizás, de alguna manera, aquel libro sembró en mí la idea de que no todas las exploraciones requerían pasaporte. Era bastante niña para poder entenderlo bien.

Hubo otro tiempo en el que pensé que quería ser misionera. No sé exactamente en qué momento se me pasó por la cabeza, pero tenía la certeza de que viajar a lugares remotos y ayudar a otros era una de las maneras más nobles de recorrer el mundo. La idea de entregar algo de mí —tiempo, esfuerzo, compañía— a quienes lo necesitaran me parecía una forma de aventura con propósito. Quizás, en el fondo, no era tanto la vocación religiosa como la idea de ir más allá de lo conocido, de cruzar fronteras, de ser parte de algo más grande que mi pequeño universo y de ayudar, eso seguro.

Pero la vida se ha encargado de demostrarme que no valgo para nada de eso. ¿Quién me vería sola en África? Apenas he viajado y cada vez lo hago menos, porque el avión me da miedo. Me aferro a los viajes que puedo hacer en coche o en tren, porque tampoco es que me entusiasmen los barcos. Me he apoltronado.

Mi vida ha quedado limitada a una casa, a un trabajo de funcionariado que, por su propia naturaleza, apenas deja espacio para crecer. Aun así, sigo buscando algo. No sé si lo que queda de aquella niña exploradora todavía quiere descubrir el mundo, pero sí sé que quiere seguir aprendiendo. Por eso me apunto a cursos de lo más diverso, como si de alguna manera cada conocimiento nuevo fuera una expedición, un pequeño viaje mental a otro territorio.

Tal vez nunca fui exploradora en el sentido que imaginé de niña. Tal vez no descubrí civilizaciones perdidas ni desenterré secretos ocultos bajo la arena. Pero sigo explorando, a mi manera. A través de los libros, de las palabras, de los pensamientos que se convierten en tinta. Y mientras tenga historias que contar, de algún modo, el viaje nunca se detendrá.

O tal vez sí. Tal vez hace tiempo que se detuvo y yo no me di cuenta.

Porque dejé de escribir historias. Dejé de inventar mundos y personajes, de permitir que mi imaginación fluyera sin más propósito que el de jugar con las palabras. Cambié los cuentos por el ensayo, la fantasía por la teoría, la creatividad por la estructura fría y meticulosa de lo académico.

Y no fue casualidad. No se puede habitar dos mundos al mismo tiempo. La teoría lo devora todo. Es densa, es enrevesada, es excluyente. Exige una precisión tan quirúrgica que no deja espacio para la intuición, para la espontaneidad, para la belleza de la incertidumbre. Durante años, mis esfuerzos se volcaron en escribir textos de difícil lectura, argumentaciones que debían sostenerse con el peso de las citas correctas, con la construcción de un pensamiento que solo interesaba a unos pocos, dentro de un espacio que, si soy honesta, nunca me ha interesado en absoluto, a pesar de que vivo de ello. Por eso tampoco puedo despreciarlo.

Pero lo hice. Lo hice con la convicción de que necesitaba ser reconocida, de que debía demostrar que podía hacerlo, que sabía manejar ese lenguaje extraño y hermético que tan pocos dominan. Lo hice con el esfuerzo de quien escala una montaña solo para darse cuenta, al llegar a la cima, de que nunca quiso estar ahí.

Y ahora vuelvo aquí, a escribir para mí, a ventilar la ‘cabeciña’, a dejar que las palabras fluyan sin temor a que alguien las analice con lupa, sin la necesidad de que encajen en ningún sistema. No sé si podré recuperar aquella imaginación desbordante de la infancia, pero al menos me permito este respiro. Porque hay algo de mí que se quedó atrapado en esos ensayos teóricos, en esas páginas frías e impenetrables, y me gustaría encontrarlo de nuevo.

Quizás nunca fui exploradora, pero siento que, de algún modo, he estado perdida.

Y quiero con toda mi alma encontrar el camino de vuelta.


Comentarios

4 respuestas a “Explorar el mundo, explorar la vida”

  1. Acabas de escribir unha das cousas máis bonitas que leín nunca ❤️

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  2. Quizás si eres exploradora, pero no de la forma que te imaginabas.

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    1. Creo que me hubiera gustado más ser de la primera manera Ariand

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