Cuidado y admiración: la relación con las flores

Hay algo en las flores que nos engancha con lo más profundo de la vida. Su belleza delicada y su fragilidad nos recuerdan que todo lo valioso es temporal, y que lo efímero no solo merece ser aceptado, sino también celebrado. Pero más allá de admirarlas, está la reflexión sobre cómo interactuamos con ellas y lo que significan en nuestro día a día.

De niña, solía arrancar flores, como muchos. En Pantín, mis hermanos, primos y yo corríamos por las dunas en busca de clavelinas, esas pequeñas flores que crecían por todas partes y llenaban el aire con su aroma dulce. Las llevábamos a nuestras madres, quienes las ponían en casa, perfumando las habitaciones con ese toque fresco de naturaleza. Hoy, esas dunas están protegidas, y aunque mi madre sigue recogiendo alguna de vez en cuando, yo prefiero no hacerlo.

Algo tan hermoso me resulta imposible de cortar. Me da la sensación de que su lugar está allí, en la tierra que la vio nacer, creciendo libre en su propio entorno. El placer está en observarla, en dejar que siga siendo parte de ese paisaje al que pertenece.

Eso no quiere decir que no ame las flores. Me encanta recibirlas; los girasoles que me regalan por mi cumpleaños me iluminan el alma, y los tulipanes, mis favoritos, me fascinan con sus formas perfectas y su elegancia. Aunque hoy en día los manipulen con colores que parecen irreales, siguen teniendo ese algo especial que me maravilla.

Cuando viví en Holanda, descubrí una relación diferente con las flores. Allí es un ritual comprarlas. La gente va en bicicleta con ramos de colores, y los mercados de flores son como pequeños universos llenos de vida. Esos gestos cotidianos, tan simples, tienen un poder increíble para alegrar el espíritu.

Con las plantas me pasa algo parecido. Me encantan, pero no soporto verlas morir. Por eso, las tengo todas arriba, en la buhardilla, donde disfrutan de un clima perfecto con luz y calor. Aunque no las vea cada día, sé que están bien. A veces, recojo plantas abandonadas, esas que la gente tira cuando ya no lucen como antes. Me gusta rescatarlas, darles otra oportunidad, ver cómo vuelven a brillar con un poco de cuidado.

Las flores y las plantas nos enseñan lecciones profundas con su simple existencia. Nos hablan de ciclos, de cómo todo tiene un principio y un final, y de la importancia de cuidar lo que nos rodea sin necesidad de poseerlo.

Al observar una flor en su hábitat, me doy cuenta de que podemos dejar que la vida siga creciendo donde pertenece. Y que el mayor placer esté en admirarla, respetarla y aprender de ella. 🌷


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