Me he aficionado, aunque quizá no sea la palabra más indicada, a asistir a misa los domingos porque me encanta escuchar las lecturas propuestas para el día y la homilía del sacerdote Juancho, o Juanjo, en la parroquia de Milladoiro (Ames), que es ya un sacerdote actual y acorde con las necesidades de las personas más desfavorecidas.

En el mismo sentido, cuando visité aquellos días de atrás, no tan lejanos, Madrid, de los que os redacté una entrada, no dejé de adentrarme en la iglesia del Padre Ángel. Os recomiendo que la incluyáis en vuestro viaje porque, además de ser preciosa, os encontraréis con un montón de bancos habilitados para que duerman o descansen las personas sin hogar. En el centro de la iglesia se encuentra una especie de cesto grande, con forma de pozo, para que los hombres, mujeres, niños, niñas… en riesgo de exclusión social busquen enseres que pueden hacerles falta. En aquel momento unos papás llevaban pañales para sus hijos.

Pero no quiero perder el hilo. Porque lo que tenía que decir es que ayer era el día de la palabra y se presentaba a la vista de todos en la iglesia, dibujada en un rollo, imitando el pergamino, que ponía en letras bien grandes: «En el principio era la palabra.»

Esto me lleva a confesar que tengo poca facilidad de recursos lingüísticos orales. Me gusta más la escucha que el habla, por eso soy, creo, tan manipulable y ya hace mucho tiempo que he dejado de impartir conferencias y comunicaciones. No podría enfrentarme nunca a un debate porque me quedaría parada.

Sin embargo, los que han sido «regalados» con el don de crear frases impactantes, bien elaboradas y pensadas y, sobre todo, con el de la improvisación, poseen un gran arma entre sus manos y en su cabeza. No son conscientes, o sí, del poder que ejercen sobre los demás. No olvidemos episodios de la historia de la humanidad en los que el peso de lo que se expresa oralmente mueve multitudes para bien y, lo peor de todo, para mal. Seguramente el primer nombre que nos aparece delante a todos es el de A. Hitler que, desgraciadamente, se está volviendo de nuevo viral estos días por la simbología empleada por el magnate Elon Musk. Y aun están impertérritos los negacionistas del holocausto cuando los supervivientes de esta masacre comentan, con la seguridad de la experiencia, que se quemaban diez mil personas al día en los hornos crematorios (pone los pelos de punta solo leerlo ¿verdad?)

Las iglesias se llenan de oradores, los medios de comunicación de «colaboradores», así les llaman, las Universidades de profesores que creen tener la razón en todo, afianzando su egolatría, sin respetar la opinión de los demás, si es que puede llegar a manifestarse de algún modo. Veamos. ¿Para qué va un alumno, alumna o alumne a un despacho a reclamar una nota si ya de antemano sabemos que saldrá con la misma nota que antes? En los despachos existe la norma cumplida de «yo lo he dicho primero». No hay cambio. y, además, mi sabiduría es mayor. Conozco muy pocos casos en sentido contrario.

Casi siempre, sino siempre, he optado por el silencio. No recuerdo haber manifestado ni una sola consideración en ninguna de las reuniones de Área que se han sucedido en los últimos treinta y pico años, que son los que llevo en el ámbito académico. La culpa será mía, por supuesto, no del resto. Pero es que no me gusta mucho la palabra hablada para transmitir lo que siento porque pervierte el significado.

Sí. Prefiero la escritura. Y no porque se pueda retocar o volver a ella una y otra vez, sino porque puedes pararte, respirar entre medias, dejarla en «progreso» para retomarla más tarde o simplemente borrarla.

La palabra oral hace, si es que no la controlas, mucho daño. Es de las que deja heridas en el alma si no se cuida. Y el mundo actual es arrastrado por la rapidez de lo dicho, por lo frenético, y, lo peor de todo, por los insultos, las difamaciones, las distorsiones. En efecto; las redes sociales no son más que otra manera de transmisión de la rapidez oral. «X» es la mayor muestra de todo lo que os explico. Muchas personas han abandonado la red social, por el imperio Donald Trump-Musk, mientras que muchos otros permanecen en ella porque su difusión es realmente rápida, como un virus. ¿De qué manera, sino, podemos alcanzar un mayor número de oyentes en tiempo récord?

De mí no esperéis, entonces, grandes discursos orales. Sabéis que podéis ganarme. Por eso promuevo un tiempo de silencio como ejercicio, a ver si se consigue controlar la ira y mitigar las maneras.

¡Y cuántos de nosotros escuchamos hoy podcast o audiolibros! Cuando la presbicia comienza a hacer efecto, una de las maneras de poder seguir accediendo a la literatura o al os comentarios de expertos es a través del audio. Es cierto que no deja de ser, nuevamente, palabra oral, pero un poco más meditada. Me encanta oir, por ejemplo, los programas de Álex Fidalgo y sus entrevistas en «Lo que tú digas» y consumo productos de Audible y Storytel. Cuando me acuesto le indico a Alexa que me reconforte con la lectura del libro que esté leyendo en esos momentos. Ahora mismo Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite, para seguir el ritmo de Ana, que no consigo alcanzar. Ana es una gran lectora. No hay quien la supere.

Pongo punto final porque la entrada se está haciendo excesivamente larga. Y es que, cuando me pongo a escribir, sí que me fluyen las ideas de manera más ordenada.

¿Sabéis cuando hago grandes discursos? En sueños. Tengo que reconocer que ahí, desde el subconsciente, sí que aplico grandes ‘repasitos’ que dejan mudos a algunas personas.

En fin… como Blas de Otero, «Pido la paz y la palabra»

«Pido la paz y la palabra»

(Fragmentos)

Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.

Me llamarán, nos llamarán a todos.
Tú, y tú, y yo, nos turnaremos,
en tornos de cristal, ante la muerte.
Y te expondrán, nos expondremos todos
a ser trizados ¡zas! por una bala.
Bien lo sabéis. Vendrán
por ti, por ti, por mí, por todos.
Y también
por ti. […]

Blas de Otero

De: «Pido la paz y la palabra» – 1955
Recogido en “Blas de Otero – Obra Completa” – 1935 – 1977
Ed. Galaxia Gutenberg – 2013


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