En mi casa convivimos con seis gatos increíbles: Gros, Koshka, Tao, Zoe, Auga y Roma. Todos ellos son adoptados, y cada una, solo hay un macho (Gros) tiene un carácter único e irrepetible. Pero la historia de Zoe, una gata negra de esas que nadie quiere, es especial: llegó a nuestra puerta, preñada, en un estado lamentable, buscando refugio. Parió varios gatitos, y aunque encontré familias para ellos, una persona, una ayudante de un famoso ortodoncista de Ferrol, terminó devolviéndome uno de los bebés. Fue un gesto inesperado, cruel, pero al final, todo encajó: Zoe (la gata negra) y su hija devuelta, Tao, continúan siendo parte de nuestra familia. Me considero una persona de las que piensan que todo sucede por alguna razón.

El calor que me brindan estos gatos me supone una medicina para el alma, una conexión inexplicable que siento cuando se enroscan a mi lado, recordándome que en lo sencillo reside lo extraordinario. Kuhn y Sifu, que ya no están conmigo, también dejaron en mi vida huellas imborrables, porque no importa el tiempo que pasen a nuestro lado; los gatos tienen una manera especial de quedarse con nosotros para siempre. ¡Y lo que se sufre cuando se van!

Como cuenta Allan Percy en La magia de los gatos (Debolsillo, 2015), los gatos nos enseñan a ser más contemplativos, a encontrar serenidad incluso en medio del caos cotidiano. Esa conexión especial no solo se limita a Gros, Koshka, Tao, Zoe, Auga y Roma, sino también a los animales que nos visitan de vez en cuando. En mi hogar no faltan los murciélagos, arañas, sapos, caracoles o insectos que llegan como pequeños mensajeros de la vida silvestre. Ahora mismo tengo una araña muy grande en la puerta de atrás de casa, la que sale al jardín, que desciende durante el día y se acurruca por la noche. No me da miedo, no. Asco tampoco. ¿Por qué debería producirme estos sentimientos? Al sapo lo rescatamos con un truel y una caja con agujeros para llevarlo hasta el río que está cerca, el Sarela. Un mirlo ha aprendido a comer del pienso de un gato blanco y negro que merodea por el jardín. Este último no tiene nombre, porque temo que, al ponerle uno, me convencería de adoptarlo también.

Percy destaca cómo el comportamiento de los gatos puede inspirarnos a vivir con más calma y autenticidad. De la misma forma, estos animales visitantes me recuerdan que la naturaleza siempre está ahí, diciéndonos que nos detengamos, observemos y escuchemos. Cada pequeño encuentro constituye una señal de que no estamos solos, de que los animales, con sus diferentes formas de existir, tienen el poder de enfocarnos a ser mejores y a estar más conectados con lo esencial. Aquí podríamos hablar también del especismo, pero lo dejamos para otra ocasión.

Allan Percy lo explica de manera hermosa: los gatos son criaturas de equilibrio y serenidad, y convivir con ellos nos regala el don de poder convertirnos en personas más intuitivas y el disfrute del presente. Percy menciona que su naturaleza aparentemente independiente está llena de lecciones sobre cómo ser felices en soledad sin dejar de estar unidos a los demás.

Me inspira especialmente lo que Percy llama la “meditación felina”, esa capacidad que tienen los gatos para entrar en un estado de calma absoluta mientras observan el mundo con ojos sabios y atento. Incluso sus ronroneos nos contagian de un efecto terapéutico demostrado, ayudando a reducir el estrés y promoviendo la sanación física y emocional. ¿Quién no ha experimentado esta preciosa sensación que te adormece, si te dejas acompasar por el ritmo?

Mis gatos son mis compañeros de vida y, aunque tengo perros (¡de los que hablaré en otra ocasión!), hay algo casi místico en la manera en que estos felinos nos enseñan a viajar hacia lo más profundo de nosotras mismas.

La decisión de adoptarlos no solo ha sido un regalo para ellos, sino también para mí. A través de todas y cada una de ellas, entiendo mejor lo que significa el amor sin condiciones y el poder del silencio compartido. Solo debes aprender a escucharlos.

¡ADOPTA!

Esta es Roma


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