Dedicado a Isa

El término aporofobia, acuñado por la filósofa Adela Cortina, describe el odio o rechazo hacia las personas que se encuentran en situación de pobreza extrema. Este concepto, que se relaciona estrechamente con las manifestaciones de racismo y exclusión social, cobra una relevancia urgente en un contexto global donde las migraciones forzadas y los desplazamientos de poblaciones vulnerables se han incrementado a causa de conflictos bélicos, crisis económicas y desastres naturales. Sin embargo, la aporofobia no se limita solo a la pobreza económica, sino que también está marcada por el rechazo a lo diferente, a lo que percibimos como ajeno o extraño.

Este fenómeno no es ajeno a la Cruz Roja, donde trabaja mi amiga Isa, quien, como abogada en la entidad de Lugo, tiene una visión directa y diaria de las complejas realidades a las que se enfrentan los refugiados y migrantes que llegan a nuestras costas. A través de su trabajo, Isa ve cómo, más allá de las cifras y las políticas migratorias, existen personas reales, con historias de vida trágicas, que luchan por encontrar un futuro en un mundo que muchas veces les cierra las puertas debido a su condición de migrantes y refugiados o por las características raciales, culturales o económicas que arrastran.

Isa, mujer valiente donde las haya, se encuentra en la primera línea de defensa de estos colectivos vulnerables, ayudando a aquellos que buscan asilo, protección internacional o una oportunidad para reconstruir sus vidas. En su día a día, enfrenta múltiples problemáticas legales, sociales y psicológicas que desdibujan las fronteras entre la solidaridad y el rechazo. Muchos de los migrantes y refugiados que llegan a la Cruz Roja, ya sea por tierra o mar, llevan consigo las huellas de la discriminación, el miedo y la desesperación, y luchan por ser aceptados en una sociedad que a menudo los percibe como una carga o amenaza.

La aporofobia y el racismo, como elementos que se retroalimentan, constituyen un obstáculo fundamental para la integración de las personas migrantes y refugiadas. En muchos casos, el odio hacia los pobres se combina con prejuicios raciales, lo que agrava la exclusión social de quienes ya están en situaciones extremas. La visión de Isa sobre el tema es clara: la ayuda humanitaria y el reconocimiento de la dignidad de cada persona son esenciales para cambiar estas actitudes. Isa ha compartido conmigo en diversas ocasiones cómo, detrás de cada expediente, hay una persona que necesita más que apoyo legal: necesita respeto, empatía y, sobre todo, la oportunidad de rehacer su vida sin las barreras impuestas por el miedo o el desconocimiento.

En su trabajo, Isa nos recuerda que la solidaridad no debe tener fronteras y que el trato digno hacia los migrantes y refugiados debe ir más allá de la ayuda puntual. Se trata de una transformación profunda de las estructuras sociales y culturales que, a través de la educación y la conciencia colectiva, puedan empezar a erradicar tanto la aporofobia como el racismo. En este sentido, como sociedad, debemos preguntarnos: ¿cómo podemos contribuir realmente a mejorar la situación de estas personas? ¿Cómo podemos convertirnos en aliados de aquellos que luchan por una vida mejor?

Una actitud favorable hacia los migrantes y refugiados, como nos enseña Isa en su labor diaria, requiere un compromiso constante por desmantelar los prejuicios y promover políticas inclusivas que favorezcan la integración, el acceso a derechos fundamentales como la educación, la salud y la vivienda, y la creación de redes de apoyo que les permitan encontrar su lugar en una sociedad que a menudo los rechaza.

Por ello, mientras seguimos luchando contra la aporofobia y el racismo, debemos recordar que los migrantes y los refugiados no son una amenaza, sino un reflejo de una humanidad que, cuando se ve en situaciones extremas, exige nuestra solidaridad y comprensión. Y como nos enseñan figuras como Isa, el primer paso para construir una sociedad más inclusiva y justa comienza con el respeto hacia la dignidad humana, sin importar el origen, el color de piel, la clase social o la situación económica de quienes nos rodean.

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