Y esta entradita más corta en el día de hoy, la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre, segundo domingo de adviento, es para dar las gracias por varios regalos que me han hecho hoy personas desconocidas. El primero de ellos, 30 huevos de gallinas de casa. Ya os dije que soy vegetariana, pero aun no he conseguido abandonar la ingesta de huevos. El segundo regalo, un lote enorme de productos ecológicos para el hogar.
A veces, la vida te sorprende para bien. Pero dejadme ir al viernes, 6 de diciembre, festivo, día de la Constitución española para los que me leáis desde el extranjero.
Este fin de semana, cuidábamos de dos labradores: Lúa, de dos añitos, y Eros, de siete. Creo que os comenté que intento darle a mi hijo un futuro, que la sociedad no le está dando. Y cuidamos perros, los perros de los demás. Aun lo hacemos a través de una empresa, Gudog, que se queda con muchísima comisión. Nos fuimos los cuatro, los perros, mi hijo y yo a Pantín, donde descansa mi padre, allá en la montaña, y me sentí muy afortunada de ver cómo Lúa y Eros cubrían de lametones la cara de K. K tiene ya 21 años. Nos fuimos sin medicación. Nos fuimos enfadados porque las cosas no estaban saliendo en casa como esperábamos. Y casi no nos hizo falta la medicación a ninguno de los dos, lo cual quiere decir que depende mucho de con quién estemos y dónde.
Quiero a cada perro que viene con nosotros, ya sea que esté un día, o un mes. Cada vez que tengo que devolverlo a sus dueños se me rompe un poquito el corazón. A través de los animales intuyes perfectamente cómo son esos dueños. Lo haces por el pienso que les dan, por si les mandan cunita o no, juguetes…
Cuando hoy devolvimos a Lúa y a Eros nos esperaban unas personas muy amables para recibir a sus compañeros de la manera más cariñosa posible, y a mí y a K. con 30 huevos.
Gracias a todos los que confiáis en nosotros. Gracias por los regalos. Gracias por darnos una oportunidad y por poder volver a casa, aunque sea a la rutina.
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